Antonio Guardiola Aroca, un esforzado industrial en plena crisis del esparto

Pascual Santos López

Cada día que pasa se hace más difícil encontrar la memoria viva de la industria del esparto en las personas que forjaron el pasado de nuestra ciudad. En este caso, gracias a su hija Manuela Guardiola que me puso en contacto con su padre, he tenido la suerte de encontrar a uno de los protagonistas de la historia industrial de Cieza, que con una memoria lúcida a sus 95 años nos ha contado su vida con todo lujo de detalles. Desde este foro agradecer a Antonio, su esposa y sus hijos su ayuda por los recuerdos y documentos aportados.

Antonio Guardiola Aroca, conocido como “El Rojico”, nace en Cieza el 3 de diciembre de 1927 en el seno de una familia humilde de la calle del Cid. Su padre Joaquín era rastrillador, aunque ejerció otros oficios como empleado del Hotel Segura y sereno, hasta que el Ayuntamiento eliminó ese servicio. Su madre Manuela se ocupaba de la casa y cinco hijos, aunque el primogénito murió a los pocos meses de nacer por culpa del sarampión. Antonio fue al colegio del Santo Cristo donde aprendió las primeras letras con don José Garro. Al estallar la guerra, cuando tenía seis años se suspendieron las clases y acompañaba a su hermano a trabajar como hilador de esparto, ayudándole en sus tareas.

Después, recuerda haber asistido a la Escuela Graduada, donde su maestro era don Antonio Mamoreta, del que guarda un bello recuerdo. Como la situación económica en casa no era buena dejó de asistir a la escuela y ganaba algún dinero vendiendo periódicos o novelas por entregas de la Editorial Bruguera, de las que hacía suscripciones. Pero a los 11 años, como tantos niños ciezanos, comenzó a trabajar de “menaor” moviendo la rueda (mena) en la empresa de Antonio Zamorano Fernández, que estaba ubicada en el desaparecido Cabezo Cirujano, en el cruce del Camino de Madrid y el Camino de la Estación, frente al actual Mercadona.

El maestro de hiladores lo sacó de mover la rueda y lo puso a barrer la carrera y, como era chico avispado, enseguida aprendió el oficio de la hilatura haciendo el trabajo de un hombre con solo 14 años. Pasó el tiempo y Antonio se hizo un buen hilador, hasta que se fue al servicio militar a Palma de Mallorca el 11 de abril de 1949. Cuando volvió, en agosto de 1950, comenzó a faltar el trabajo y algunas empresas grandes empezaron a cerrar, por lo que había semanas que trabajaban sólo dos días. Algunos hiladores formaban pequeñas empresas que llamaban boliches. Otros hiladores, que no tenían dinero para comprar esparto picado o rastrillado, como Antonio, ofrecían su trabajo a cualquier empresa en los días que faltaba, yendo de aquí para allá con sus herramientas: la cruz, el ferrete, el urdidor, por eso decían que iban con la cruz a cuestas. Zamorano les dejaba que sacaran la herramienta de la empresa los días que no tenían trabajo.

Antonio pensaba ya en casarse con su novia Joaquina Villa Haro y le pidió a su futuro suegro, que tenía unas tierras en el Argaz, montar un espacio para la carrera de hilar y así poder trabajar por su cuenta los días que no tuviera trabajo en la empresa de Zamorano. Tuvo que comprar una rueda de hilar, aunque eso era fácil, pues como estaban cerrando empresas se vendían baratas y cualquier reparación o incluso nuevas las hacía Perona, que era el carpintero de Zamorano; lo difícil fue comprar el esparto para lo que sacó un préstamo de 960 pesetas en el Banco de Murcia y su suegro le dejó la burra para acarrearlo hasta el Algar. Así comenzaron a hilar él y su íntimo amigo Juan Cano Guardiola, que era como su hermano, pues habían comenzado desde niños a trabajar con Zamorano. De esa forma no perdían el día y servían pedidos a Gabriel Ortiz Aroca y a Manolo Gómez Lucas, más conocido como Manolo Bermúdez, que había descubierto el mercado de las mejilloneras y vendía betas de esparto embreadas.

En la primera mitad de la década de los cincuenta, Antonio compró un rastrillo para que su padre y su hermano le ayudaran a rastrillar el esparto picado que compraba y vendían toda su producción, ya que hilaban con calidad. Por entonces, Andrés Ros Rosa, yerno de Antonio Zamorano, seguía gestionando la industria y Antonio se mudó a trabajar en las carreras de hilar, que tenía en el Camino de la Ermita. El 11 de junio de 1955 Zamorano cerró la empresa y su escribiente, Pepe Morcillo, recibió un pedido de 15.000 kilos de cordelería para hacer capachos en Andalucía y Antonio se hizo cargo, con lo que pudo dar trabajo a doce parejas de hiladores.

Andrés Ros le había propuesto que se quedara con la fábrica, pero Antonio no tenía dinero para pagarla. Además, pensaba que si los grandes empresarios cerraban era porque el esparto no tenía futuro, aunque tenía que seguir trabajando y en ese momento tenía pedidos. De hecho, tenía un nuevo cliente, José Martínez Real “Pepeolo”, al que había presentado una hilatura de calidad y le dijo que de aquello le compraría todo lo que produjera. Consistía en madejas de filete (2 hilos) de 30 metros, cosidas para hacer un rulo de dos paquetes, cada paquete tenía 40 madejas y el rulo 80 madejas, que se utilizaban para colgar plátanos en Canarias.

También, en vísperas del verano hacían muchos vencejos, que eran cuerdas de filete de un largo especial para atar las gavillas de la mies. En verano hacían filete y piola (4 hilos) en madejas de 30 metros para fabricar los capachos de extraer aceite. Pero del local de Zamorano se tuvo que ir con sus dos ruedas de hilar a un local que le dejó Diego Giménez “El Tallero”, donde estuvo un par de meses, hasta que se fue a una hondonada que había debajo de la Estación del Chicharra, donde utilizaba como almacén una chabola de unos seis metros cuadrados que le dejaron. El 7 de agosto de 1955 se casó a pesar de haberse quedado sin el trabajo que hacía como hilador para Zamorano y su primer hijo, Joaquín, nació al año siguiente.

De la Estación se fue a la calle Víctor Pradera, hoy José Planes, a un solar que tenía Francisco Camareta y de allí pasó enfrente en la misma calle, a un local que alquiló a la familia de Mercedes Villena, lindando con los Vidales, que tenían un almacén de trapos y fábrica de borras. Allí dio de alta su industria en 1958 con cinco o seis obreros fijos y muchos más eventuales, que venían a pedirle trabajo, incluidas cuatro mujeres peladoras que prácticamente las empleaba todo el año.

A partir de entonces se imponía la mecanización, por lo que compró cinco caballetes con cuatro cabezales de hilar cada uno, que permitían eliminar al “menaor” que movía la rueda. Pero todavía se mantenía el que corchaba y asistía a los hiladores en la carrera. El caballete, donde trabajaban dos hiladores, hacía la función de la rueda.

El esparto picado o rastrillado lo compraba a los hermanos Pérez Villa y a Juan González Bernal, aunque otras veces Jesús Santos Caballero le picaba el esparto que adquiría. Lo más difícil era reunir el dinero para los carros de esparto y pagar a los hiladores que trabajaban para él, por lo que a veces no podía llevar su sueldo de hilador a casa, que era de unas 200 pesetas a la semana. Aunque eso lo podía hacer porque su mujer Joaquina tenía una tienda donde vendía frutas y verduras que cultivaba su padre.

En 1963 recibió un pedido grande de los Astilleros de Gijón a través de Pepe Morcillo. Se trataba de dos grandes maromas de 54 pulgadas de grosor. Aquel trabajo necesitaba de una instalación muy potente para corcharlo y el encargado de Pedro Piñera le dijo que podría hacerlo en su corche, por lo que se pusieron a trabajar dos parejas de hiladores durante dos semanas. Pero allí no pudo ser. Solo quedaba el corche de la antigua Manufacturas Mecánicas de Esparto, que había cerrado ya, y tenía el motor desmontado. El encargado de Manufacturas, Antonio Segura, le permitió hacerlo, pero Olivares tuvo que instalar un motor de segunda mano que tenía en su taller. Aquello fue un espectáculo, pues todos los viejos maestros hiladores fueron a ver el trabajo. Al fin consiguieron fabricar las maromas con las que aparece Antonio en la fotografía.

Ese año de 1963 registraba su nombre comercial y poco a poco pudo comprar una máquina de rodillos para majar esparto y un terreno y almacén a Pedro Ordoñez, en el Camino de la Fuente, 1, lindando con Pedro Piñera. La idea de Antonio era mecanizar su empresa al máximo posible para ser competitivo y dar calidad al mejor precio. Por eso, siempre estuvo al día de los nuevos inventos que los constructores de maquinaria desarrollaban. Se inventaron máquinas de hilar sentado y nuevas máquinas de majar y rastrillar con las que se avanzaba trabajo y se aumentaba la seguridad.

El 17 de abril de 1968 traslada su fábrica al Camino de la Fuente y compra una nueva máquina laminadora de majar esparto, tipo Marset, de rodillo central y cuatro rodillos satélites con potencia de 10 HP. Por entonces, no le faltaban pedidos, ya que viajaba mucho y estaba en contacto directo con los clientes. Barcelona, Cádiz, Palma de Mallorca. Quizás su secreto era ese, una producción de calidad y una buena política de ventas. En Cádiz tenía dos clientes muy buenos que visitaba directamente: Cordelería Hércules y Astilleros de Cádiz. Vendía pedidos de cien betas y camiones enteros de bobinas.

En Manacor tenía un cliente muy amigo, Guillermo Obrador Morey, que lo hospedaba en las frecuentes visitas que le hacía. Otro cliente, Valentín Díaz Cabezas, le compraba mucha piola y filete. Entre los boliches era conocido como “La Blusa”, pues llevaba una blusa grande de donde sacaba fajos de billetes para pagar en efectivo cuando venía a Cieza.

En febrero de 1974 ampliaba su fábrica de majar esparto con una nueva laminadora, marca Marset, de rodillo central y seis rodillos satélites con 20 HP de potencia, como consta en el proyecto del ingeniero de montes Vicente Jordá Tormo. La idea de Antonio era montar un tren de hilado completo. Por aquellos años, instaló la máquina laminadora, dos bombos de rastrillar, una cardadora que sacaba la mecha de esparto, dos manuares que estiraban la fibra a partir de la mecha, una hiladora de doce husos y una dobladora que permitía corchar cuerda hasta de cuatro hilos. Había conseguido la mecanización total. El hilado mecánico. Aunque mantenía tres máquinas de hilar sentado, pues para determinados trabajos y clientes se seguía hilando manualmente.

El 17 de enero de 1980 Antonio se subió al tejado a reparar una gotera y cayó sobre la cardadora, fracturándose un fémur, con lo que estuvo casi sesenta días en el hospital y muchos más de rehabilitación, dejando la fábrica en manos de su encargado, Pedro Marín Valenzuela, su mano derecha durante 20 años. En 1981 se declaró un incendio en la fábrica ardiendo maquinaria y cubiertas, aunque Antonio pudo seguir trabajando y lo reparó todo, a pesar de la insuficiente indemnización que le aportó el seguro. Pero ya no se encontraba con fuerzas y en 1983 se asoció con los Hermanos Martínez, conocidos como “Cacharreros”, que se lo habían ofrecido. Ese año la empresa Antonio Guardiola Aroca se dio de baja y él quedó como jefe de ventas de los anteriores.

La demanda bajó mucho y se hacía muy difícil trabajar por lo que Antonio llegó a un acuerdo con sus socios para que se quedaran su maquinaria, la que tanto le había costado conseguir, y también los trabajadores fijos que tenía y se prejubiló a los 60 años de edad.

Para terminar, decir que Antonio Guardiola trabajó siempre el esparto y consiguió progresar en una etapa de crisis, durante la que proporcionó trabajo a muchos ciezanos y manufacturó productos de calidad como aparece en el membrete de sus facturas: hilados mecánicos de esparto, betas, filetes, piolas, estropajos FREGOLINA y espartos para escayola, que salieron de la materia prima de los montes de nuestra tierra.

Figura 1.- Antonio Guardiola Aroca en el servicio militar, 10-10-1949.

Figura 2.- Antonio Guardiola y sus obreros, finales de los años cincuenta.

Figura 3.- Antonio Guardiola y sus obreros celebrando el bautizo de su primer hijo, 1956.

Figura 4.- Antonio Guardiola con las betas que corcharon en Manufacturas, 1963.

Figura 5.- Membrete de la empresa Antonio Guardiola Aroca.

Artículo publicado por Pascual Santos López en El Mirador de la Prensa, el 27 de enero de 2023, pp. 6-7 y en Crónicas de Siyasa el 3 de febrero de 2023, pp. 10-11.